Matutino
Oración del salmo 3
A ti siempre la gloria, a ti cuya gloria hemos visto en tu humanidad, gloria como el del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad; te pedimos, pues, nos concedas por tu abundante misericordia que con la fe te reconozcamos verdaderamente hecho humilde por nosotros y que creamos que eres eterno juntamente con el Padre en una gloria divina permanente.
Con tu favor, Señor, se nos anuncie mediante el sagrado ministerio angélico el gran gozo que es para todo el pueblo cristiano en todo el mundo: Cristo, el Señor, salud de todos y Salvador eterno, ha nacido hoy en la ciudad de David, que es la Iglesia; en ella ciertamente reinará sin fin, custodiándola y rigiéndola hasta que la conduzca a su fin: concede, pues, que la convierta totalmente en reino suyo, al difundirla por el mundo entero y al asociarla a la eternidad celeste.
Br. Moz. fol. 27. col. 1; Br. Got. fol. 47.
Padre y Señor omnipotente, he aquí tu Cordero, he aquí el que quita el pecado del mundo, ofrecido a ti como sacrificio singular, para expiar por el mundo, el único que no era inmundo; sea por tanto asiduo protector de quienes fue glorioso mediador, para que los libertados encuentren su gozo en quien se hizo precio de los cautivos.
Jesucristo, terrible Dios nuestro y rey nuestro, a quien los ángeles a una con los pastores tributaron gloria en tu nacimiento, y a quien, tras derrotar al autor de la muerte, todo el mundo aplaudió con sus manos y con sus corazones: concédenos cantar con júbilo de fe los misterios de nuestra redención y de tu gloria y agradar a Dios con el fiel servicio de Abraham en compañía de los príncipes del pueblo.
¡Oh Verbo, que fuiste en el principio cabe Dios, Verbo ciertamente Dios! Los que hemos sido hechos y redimidos por ti, adoramos, de tu santa majestad, y de ti, Verbo hecho carne por nosotros, esperamos que realices en nosotros los divinos beneficios por quienes no has tenido a menos asumir la humana naturaleza.
Glorioso Dios Padre y Señor, que diste a las gentes en posesión a tu Unigénito y coeterno Hijo: te pedimos que seamos posesión tuya de tal suerte que no nos desviemos de los mandatos de tu Hijo para que nos asocies en unidad indestructible a aquel a quien anuncias gloriosamente engendrado por ti.
Br. Moz. fol. 51. col. 3; Br. Got. fol. 89.
Sabiduría coeterna de Dios Padre, que atestiguas haber existido con el Padre antes de que hiciese la tierra o estableciese la altura de los montes, mientras te engendrara antes de la creación de todos los collados: te pedimos y rogamos, los que alborozados celebramos los gozos de tu nacimiento virginal, mediante la fe lleguemos a ti para ser premiados; que santifiques a los que creen de ti que naces del Padre antes de la creación de los montes y que ahora, en la plenitud del tiempo, naces del seno de la Virgen, y que premies a los santificados con la gloria eterna.
Br. Moz. fol. 38. col. 1; Br. Got. fol. 66.
He aquí, coeterna sabiduría de Dios Padre, que cuando el Padre establecía la firmeza de los montes, ya entonces estabas con él, ya habías precedido todo lo creado, y que te congratulabas de la creación realizada: tus pobres siervos pedimos que los que te creemos maravilloso por la creación de estas cosas, te anunciemos fielmente nacido para nuestra redención; que siempre aflore a nuestros labios en la predicación lo que sea certeramente conducente para la gloria eterna de todos y que los que te confesamos nacido de la Virgen merezcamos gozar en paz con aquella que te engendró.
Señor Jesucristo, que nososotrs, animales tuyos, te encontremos puesto en el pesebre a ti, a quien confesamos y creemos que estás cabe el Padre, Dios inmenso; que seas nuestro alimento en el tiempo oportuno y en el futuro la saciedad eterna; que aquí no nos apartemos de ti y que permanezcamos contigo allí, mientras una voz angélica muestra tu pesebre y anuncia el gozo de tan gran nacimiento que ha de ser provechoso para todos los pueblos.
Señor Jesucristo, que, saliendo de la boca del Altísimo antes que toda criatura, fundaste de un modo admirable el mundo: está presente en tu Iglesia a la que te dignaste congregar del orbe entero; para que de la misma manera que eres considerado como Creador del mundo, así también seas conocido en todo y por todo como Salvador de la Iglesia.
Br. Moz. fol. 28. col. 1; Br. Got. fol. 48.
Señor Dios omnipotente,creador de los collados eternos, que con tu palabra creaste todas las cosas, y con la misma, imperandolo tú, todas fueron hechas y todas adquirieron consistencia a tu mandato; asístenos con misericordia inenarrable; para que dirijas los corazones de los rectamente creyentes a la salvación eterna por el mismo Verbo hecho carne por nosotros por quien lo dispusiste desde el principio al crear toda criatura.
Señor Jesucristo, obra en nosotros según tu abundante misericordia; que de la misma manera que dispones, junto con el Padre, la creación de todas las cosas, así también lo santifiques todo con tu redención; que sean causa de gozo eterno en el cielo no sólo las realidades creadas, sino también las recuperadas; para que tú mismo te goces en nosotros mientras nos conduces al gozo eterno.
Tu criatura se alegra sobremanera de tu venida, Señor, ante cuya presencia se derriten los montes: concédenos, pues, a nosotros, dignos de tu compasión, que seamos remunerados con el gozo de tu navidad, ya que nos encontramos en condición tan humilde; que lo que resultó inaudito a los siglos acerca de tu Encarnación, dé en nosotros frutos de fe fecunda; y pues en la tierra te confesamos nacido de la Virgen, te experimentemos por la riqueza de tus dones y por tu continua indulgencia por nuestros pecados.
Señor Jesucristo, Dios grande nacido del Padre, que te has dignado nacer pequeño del hombre por nosotros, para que el mundo, hecho por ti sea también salvado por ti; sé propicio y compadécete de nosotros; límpianos de las impurezas mundas y haznos limpios en este mundo al que no viniste a juzgar, sino a salvar; para que merezcamos recibir el nuevo nacimiento y el don de la adopción en ti, nacido pequeño para nosotros,y dado a nosotros como hijo.
Br. Moz. fol. 29. col. 2; Br. Got. fol. 50.
Señor Dios, que no eres constreñido por ley alguna ni de la naturaleza ni del tiempo, sino que obras espontáneamente en tus subditos lo que quieres: como ya hiciste este incomparable portento, de que el Unigénito, coeterno contigo, naciese hombre de la Virgen sin intervención de varón, y de que antes de cohabitar una madre incorrupta diese a luz: concede con irresistible piedad este cambio en los que son enemigos: para que adquieran tu reconciliación merced a este misterio que, cual milagro inaudito, ilumina desde hace siglos a las gentes.
Señor Jesucristo, tú que verdaderamente eres alfa y omega, principio y fin, que estás con el Padre antes de los siglos y que en el tiempo naces de la Virgen, que sentado sobre el trono de David, ni tu potestad ni tu paz tendrán término; que lo corrijas con poder y que tengas sobre él un dominio verdadero para siempre: tú que eres conocido como el Rey de la gloria, concede, según eso, el don de la gracia, y tú, que viniste al mundo en la humildad de la carne, haz a los que redimiste partícipes de tu reino futuro.
Señor Jesucristo, que eres gozo indecible para los cristianos y cuya potestad y paz no tendrán fin: que permanezca en nosotros el dominio y la grandeza perenne de tu imperio; para hacernos tuyos en todo y por todo quita de nosotros todo lo que encuentres que no te pertenezca, que no haya en nosotros nada que obstaculice tu poder y que resista a tu paz, antes bien que tú solo nos poseas, que eres Rey de reyes y Señor de señores, que reinas ahora y siempre.
Señor Jesucristo, antes del cual no hubo ningún otro Dios, ni lo habrá después; tú que diste la salvación a tu pueblo y que ya antes te llamaste fiel en tus palabras y santo en todas tus obras: quita de nosotros la incredulidad que pudiera originarse de una duda mental, y llena nuestro corazón con los dones de tu gracia; que se te crea y se te conozca como Dios verdadero a ti que eres confirmado como salvador de todos con milagros y poder.
Señor Jesucristo, a Quien el Padre y su Espíritu enviaron, que al venir aquí en donde ya estabas, no te apartas, aun viniendo, de Aquel de quien procedes: mira propicio a tu pueblo; para que te reciba como verdadero juez de misericordia a ti, de cuya venida, como piadoso salvador, se alegra.
¡Oh Dios que eres la Verdad! y que te has dignado manifestarte siempre en el cielo y en la tierra no para abandonar el cielo, antes para unir lo terreno a lo celeste: arranca de nosotros las obras de falsedad; que nuestros días no se consuman en la vanidad, sino que por tu medio lleguen a la eternidad; que lo que la falsedad sometió á la miseria, la verdad lo restituya a la felicidad.
Señor Jesucristo, tú que eres nuestra redención, sé también nuestra salvación; sana la herida de nuestro dolor, tú que tomaste la frágil naturaleza humana y que viniendo Te dignaste cargar nuestro peso; rogamos que vacíes de malas obras nuestros trabajos y que piadosamente confirmes en el bien nuestros deseos.
Br. Moz. fol. 36. col. 3; Br. Got. fol. CCXX.
Cristo, Salvador y Señor nuestro, que no procedes de voluntad o unión de varón, sino que lleno de gracia y de verdad, naces de un seno virginal; que, Verbo hecho carne por nosotros, apareces glorioso a todos: concede a nuestras súplicas que los que te confesamos llenos de gracia y de verdad, te sigamos sin descanso; y que de la misma manera que lo prometido acerca de tu nacimiento, significado en figuras, se ha cuмplido a la perfección, así también tu gracia opere cuanto antes la muerte de nuestros pecados; para que seamos coronados por la gracia los que hemos creído verdaderamente, y que a aquellos por quienes la verdad se hizo conocer, la gracia no consienta que ahora perezcan.
Sabiduría inmensa de Dios Padre, que eres reconocida como Hijo y Señor de David según los vaticinios del profeta; tú que mientras ocupas el trono del Padre riges la casa de Jacob, es decir la Iglesia: concede de tal modo tu gobierno protector a todos nosotros que estamos en ella, a fin de que merezcamos vivir eternamente; que vivamos sin fin en tu reino del que no tememos el fin. juzgarlo desde ahora y para siempre.
Br. Moz. fol. 28. col. 2; Br. Got. fol. 49.
Cristo, confesamos que has nacido Hijo y que el principado es puesto sobre tus hombros; determinas que comience el principio de nuestra salvación en los mismos hombros sobre los que te dignaste echar por nosotros el patíbulo de la cruz: que tu reino se agrande en tu Iglesia; que tu nombre se extienda, que se multiplique tu imperio; y ya que posees pacíficamente todas las gentes, que tu paz no tenga fin.
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